En torno al primer
año de vida, el niño experimenta muchas sensaciones y emociones nuevas,
como la de aprender a relacionarse y comunicarse con sus semejantes y aprender
a situarse en su entorno más inmediato.
Su actitud a esta
edad, debe tenerse en cuenta siempre dentro de su propio contexto.
Puede ser traumático
que te digan que tu hijo mordió a otro niño o sentir cómo te hinca los dientes
a ti. Pero este comportamiento es bastante habitual a esta edad.
Los niños muerden
cuando no son capaces de manejar una
situación y se sienten enojados o frustrados o bien pueden morder porque
alguien les mordió a ellos. A esta edad, los mordiscos se suelen producir
durante una pelea, cuando se sienten agobiados o cuando temen que les vayan a
quitar algún juguete.
Saber que los
mordiscos son algo común no es suficiente para que los padres se sientan
tranquilos. No sólo porque nos disguste el hecho de que nuestro hijo muerda a
alguien, sino porque los padres del otro niño pueden disgustarse mucho y la
escuela puede tomar medidas disciplinarias.
Lo más importante es
saber que los niños no quieren atacar. Prefieren jugar, explorar y
disfrutar con sus amigos. Comprender lo que hay detrás de su comportamiento es
el primer paso para conseguir que tu hijo no adquiera este mal hábito.
Como hemos dicho,
las actitudes agresivas en los niños de esta edad, tales como los mordiscos,
forman parte de su aprendizaje. Esto no quiere decir que tanto los padres como
sus educadores, se tomen este hecho a la ligera o que no actúen de inmediato
para corregir al niño sino todo lo contrario: Hay que poner límite a cualquier
actitud agresiva en el niño, eso sí, sin añadirle más importancia de la que
tiene.
Los educadores y los
padres de un niño que muerde o de un niño que ha sido mordido por otro, han
de saber que no existe intención de hacer daño.
Entre el primer y el segundo
año de edad, el pequeño no se da cuenta de lo que está haciendo y aún no es
capaz de dosificar la energía de sus reacciones. Por esto hay que estar
pendiente de ellas para imponerle límites y hacerle comprender que debe abandonar la actitud de herir a
otros niños.
Los papás no
deben tener miedo a imponer unas normas y unos límites al niño. No deben
sentirse culpables, ni pensar que el pequeño se traumatizará o lo interpretará
como falta de cariño.
Para corregir el
ímpetu de morder, una buena herramienta es la de “distraer” a los dos
pequeños implicados, ofreciéndoles una buena alternativa sobre la que
concentrarse y explicarles que ése comportamiento no está bien de manera firme
y decidida, sin reírle la gracia al comportamiento, haciendo ver al agresor, el
daño que ha causado a su semejante, y siempre teniendo en cuenta la capacidad
de comprensión del niño. Cuando la actitud es reiterativa, quizá haya que hacer
comprender los límites imponiendo las normas. Para ello hay que tener en
cuenta:
- El adulto siempre ha de
conservar la calma, aunque la situación sea tensa. No es conveniente
«perder los nervios». Primero, separa a los niños y asegúrate de que estén
lo suficientemente tranquilos como para no intentarlo de nuevo.
- Ayuda a ambos niños. Tanto
el niño que muerde como el mordido lo necesitan. Primero revisa el daño y
hazlo con cariño y calma. No mostrarse frio o distante con el niño que
mordió, lo ayudará a sentirse seguro para expresar sus sentimientos sobre
morder y sobre lo que lo llevó a morder. Cuando se hayan calmado, comenta
con los niños lo que ha pasado, escoge un momento tranquilo para
preguntar: “¿Cómo puedes hacer que otra persona sepa que estás enojado sin
lastimarla?” y “¿Cómo puedes pedirle ayuda a un adulto cuando no te gusta como
te tratan otros niños?”
- Dile de forma sencilla y
directa que morder duele y que no se hace. Aunque te sientas tentada de
explicarle lo serias que han sido sus acciones, hay que evitar la dureza
en los castigos y no dejar de lado al niño que ha mordido. Podría
aparentar que no le importa lo que hizo, o como que no se da cuenta de que
le ha causado dolor al otro niño. Pero lo más probable es que en realidad
sepa muy bien lo que ha sucedido.
- Pon en práctica pequeñas
escenas para abordar estas situaciones (“Ahora tú finge ser Marta, una
amiga de la escuela infantil, y quítame mi juguete”). Es posible que
aprenda algunas frases que puede usar más adelante (“¡No! ¡No me gusta!”).
Muchos niños en edad preescolar muerden una vez, piden ayuda a un adulto y
nunca vuelven a morder.
- Si los papás establecen
unas normas, es muy importante que se hagan explícitas, es decir, que el
niño sepa exactamente qué es lo que se espera de él.
- Ten siempre una actitud
amorosa hacia tu hijo. Esto puede ser difícil cuando estás evitando que
muerda. Pero recuerda cuánto amas a tu hijo, de esa forma puede que se
sienta seguro para explicarte porqué se siente triste o enojado. Es
posible que tengas que intervenir muchas veces antes de que logre dejar su
impulso de morder.
- Si la actitud se mantiene
y es necesario reprender, recuerda que los castigos han de tener una
duración limitada. No es útil prolongarlos, ya que pueden causar ansiedad
en el pequeño. Si se utiliza el “tiempo fuera”, el niño no debe ser
separado del grupo más de 1 minuto por año de edad.
- El tiempo fuera, no
significa sacarle de la misma habitación donde se está, y de ninguna
manera, significa dejar solo al niño, sino apartarle a un lado del grupo
de tal manera que vea que los demás siguen con su actividad y él no
participa en la misma por su actitud y que es esta lo que debe modificar.
De este modo, también conseguimos que el límite impuesto, sea reconocido
por todos los niños del grupo y entiendan el mecanismo acción-reacción.
- Al finalizar los minutos
de tiempo fuera, se recibe al niño de nuevo en el grupo con una actitud
positiva por parte del adulto. Dando por hecho en voz alta, que el niño se
va a portar bien a su regreso.
- Reforzar las conductas
positivas.A esta edad, los niños generalmente disfrutan en hacer
amistades. El morder generalmente para alrededor de los 2-3 años, cuando
el lenguaje y las habilidades sociales de los niños están más
desarrolladas. Fortalece la inteligencia emocional de tu pequeño alabando
el buen comportamiento que le ayudar a hacer nuevos amigos y a conservar
los que ya tiene.
La mayoría de padres tiende a prestar mayor atención a las
conductas negativas de sus hijos, porque son las que molestan y llaman la
atención. Pero no debemos olvidar que el refuerzo positivo es más educacional
para el niño, dado que le motiva más a los buenos hábitos.
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